En la elaboración de los datos macroeconómicos oficiales podría estar ocurriendo lo mismo que en muchas empresas: que no se valore suficientemente el impacto de la transformación digital. O que se haga con retraso.
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La revolución digital es una nueva revolución industrial. En algunos casos con efectos tan o más profundos que cambios estructurales anteriores. Me llamarán exagerado por comparar la invención de Internet con la de la rueda. O con la de la máquina de vapor, pero también me lo llamaron por comparar a la banca con los astilleros (por la necesidad una profunda reestructuración) y ya ven: sólo ha empezado. Cuando se inventó la máquina de vapor y en paralelo con otros avances tecnológicos, el poder económico pasó de la aristocracia, dueña de la tierra, a los barones de la industria, como Carnegie o Ford. El cambio que vemos ahora no afecta a la tierra, sino a negocios como las grandes cadenas de distribución minorista, que parecían intocables y ahora caen como castillos de naipes ante el asalto de los “disruptores” digitales. O al negocio del alojamiento de viajeros, que se ve amenazado por un nuevo modelo digital que, a su vez, tiene consecuencias en la oferta de pisos de alquiler. Los taxis, la música, la publicidad, la prensa… La lista de afectados por el cambio es enorme. Y sin embargo, creo que las instituciones económicas siguen sin darle la importancia que tiene. Ni siquiera hablan de ello.
En el fondo, no hay nada nuevo en el proceso. Todos los grandes cambios económicos se basan en la llegada de nuevas tecnologías y formas imaginativas de ofrecer servicios que ya existían en otro formato. De la diligencia al tren y de este al avión. De la compra física con atasco incluido, a la compra desde el sillón de tu casa. Y de ahí en adelante.
Estos cambios tienen efectos importantes sobre la actividad económica y sobre la forma en la que se realiza. Ignorarlos no sólo afecta a los propios negocios, afecta también a la validez de los datos económicos oficiales. Si no se tienen en cuenta los efectos de la tecnología y del cambio sobre la economía, la información será incompleta o directamente defectuosa. La cuestión no es baladí, porque, de ser así, inversores y gobiernos están tomando decisiones en base a información errónea.
Pongamos el caso de la Reserva Federal. O del BCE. Como instituciones, serían comparables a una gran empresa de la vieja economía. Bastante inamovibles, muy complacientes y con un alto componente político en su funcionamiento. Una institución candidata a vivir de espaldas a la realidad y el cambio.
¿Qué significa esto en la práctica? Pues, por ejemplo, que los bancos centrales pudieran estar sobrevalorando las expectativas inflacionistas. Los grandes cambios económicos pueden ser tanto desinflacionistas como inflacionistas, pero este y otros similares, tienden más a forzar bajadas de precios que a generar subidas. Sólo tenemos que mirar a nuestro alrededor: los disruptores digitales no sólo ofrecen servicios más cómodos o mejores: los ofrecen más baratos. Piensen, ya que hablamos de Amazon, en la pelea que mantiene vía precios con otros jugadores digitales, como Wanda, o con “híbridos” tipo WalMart. O como compite en el terreno físico Primark. O en la gente que se va a una tienda física a ver algo y luego lo compra por internet, allí donde un buscador le dice que está más barato.
Internet, las redes sociales, la inteligencia artificial, la automatización, los robots: todas esas cosas no son ciencia ficción. Están aquí o están llegando y sin duda afectan a la economía. Es más: tecnológicamente esta revolución afecta también al modelo de consumo energético. La bolsa, siempre más dinámica que la administración, ya cotiza la importancia que va a tener el vehículo eléctrico, pero los bancos centrales y las instituciones siguen pensando en diesel.
Algunos de mis colegas economistas dirán que para eso se inventó el deflactor del PIB: para valorar los efectos inflacionistas y deflacionistas de los cambios económicos. El problema surge cuando parece que quienes lo elaboran no usan el móvil, jamás han comprado algo por Internet y nunca se han subido a un coche eléctrico. Además de dar datos erróneos sobre los precios, cuando el deflactor del PIB está mal calculado también está mal calculado el PIB. En el caso que nos ocupa, probablemente a la baja. No hace falta que les explique las consecuencias que puede tener en la toma de decisiones de políticos, empresarios y banqueros centrales, que el PIB siga siendo exclusivamente analógico.